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Iztaccíhuatl majestuoso. Emerges de entre las nubes al atardecer. ¿Cuántas veces he estado bajo el encanto de tu belleza que parece no tener fin? En la inmensa planicie de tu cima. En tus maravillosas aristas del sol y de la luna. En tus hermosos bosques con olor a pino y el sonido del viento.
Aquí y allá he contemplado la magia de tus paredes rocosas, paredes que delinean tu cuerpo de la cabeza a los pies, y que me invitan a mil sueños de aventura. He escuchado el rugido del glaciar en tu vientre, mostrando que estás vivo, bajo el asfixiante sol que te consume y te hiere.
He dormido en tus glaciares, en tus refugios, o al cobijo de las rocas en medio de la lluvia. En tus senderos he contemplado la luna rojiza y nubosa antes del amanecer. También, inseparable de ti, mi vista se ha colmado con nuestro querido Popocatépetl, perfecto en su figura, con sus enormes fumarolas y mis nostálgicos recuerdos.
Muchos atardeceres los he vivido en la Joya, bajo ese mágico ambiente de comunidad alpina, forjando lazos inquebrantables de amistad. He sentido el peso de la pena al pasar por la cruz de los jóvenes caídos. He estado contigo muchos días de mi juventud, gastando mi cuerpo con el esfuerzo y colmando mi alma de felicidad.
Con el paso del tiempo tus glaciares se entristecieron, pero siempre has estado ahí, para renovar mi espíritu. Iztaccíhuatl majestuoso. ¿Cuántas veces he estado en tus maravillosos lugares? Pero más veces he estado ahí con el recuerdo y la imaginación, bajo el poder de un profundo sentimiento que me mantiene unido a ti.