DR. LUIS GUERRERO MARTÍNEZ
CHOLULA
PEÑA BERNAL
LOS CABOS
CALAKMUL
TEPEPAN- PUEBLO
AVENIDA INSURGENTES
TEOTIHUACAN
POPOCATÉPETL E IZTACCÍHUATL
AMACUILÉCATL
CERRO DE XOCHITEPEC
IZTACCÍHUATL
DÍA DE MUERTOS
NEVADO DE TOLUCA
LA CABEZA Y TEYOTL
LA SIERRA DEL AJUSCO
IZTACCÍHUATL MAJESTUOSO
El día de muertos en la tradición cultural mexicana
Cementerio Xilotepec en Xochimilco
Luis Guerrero M.

Por breve tiempo amigos
estamos prestados unos a otros.
No es nuestra casa definitiva la tierra.

Poesía náhuatl

La cultura es la forma específica como cada sociedad ha desarrollado creativamente, a lo largo de los años, su forma de vida, de pensar y de actuar. Por esto, cada cultura posee su propio modo de enfrentar la muerte, de honrar a los difuntos, de concebir un reencuentro con los seres queridos, de entender la vida en su relación con la muerte. Esta presencia de la muerte en la cultura constituye un importante rasgo de identidad. Con acierto, el poeta mexicano Octavio Paz afirmó en El laberinto de la soledad:

“El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida”.

Las tradiciones mexicanas en torno a la muerte son muchas y la mayoría muy antiguas. Algunas provienen de los pueblos prehispánicos, otras de nuestra herencia católica y europea, algunas también han nacido en tiempos más recientes. Si bien la celebración de la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de Los Fieles Difuntos son celebraciones universales en el mundo occidental, en México se han constituido en un sello distintivo de nuestra cultura y de nuestra identidad. Por la riqueza y fuerza de esta tradición, en 2013 la UNESCO declaró la festividad indígena dedicada a los muertos en México como «Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad».

De las culturas mesoamericanas existen numerosos testimonios de celebraciones rituales en torno a los muertos. La principal celebración de los aztecas en honor a los muertos se llamaba Ueymicailhuitl, en el décimo mes del calendario (a principios de agosto), se llevaban a cabo diversos actos rituales, banquetes, cantos y danzas, también se fabricaban altares conmemorativos. En el Occidente europeo, la tradición católica de conmemorar a «todos los fieles difuntos» el 2 de noviembre surgió a raíz de la peste negra que asoló gran parte de ese continente en el siglo XIV; la Iglesia quiso ayudar a los deudos, en esa traumática época, reafirmando la creencia de que la muerte no es el fin de la existencia sino algo meramente temporal. Con la llegada de los españoles a nuestro continente, paulatinamente se fueron adoptando ceremonias que recogían ambas tradiciones y que hoy constituyen parte de nuestra riqueza cultural. Existen muchos ejemplos de este sincretismo; así, en la cultura Maya se celebra el «Hanal Pixán», o «comida de las ánimas», del 31
de octubre al 2 de noviembre. Es creencia popular que durante esos días las ánimas reciben permiso para visitar a sus familiares. El primer día se celebran misas y ritos por los niños difuntos, el altar de ofrendas incluye juguetes, adornos y dulces para ellos. Los otros dos días están dedicados a los difuntos adultos, el humo del incienso de copal guía a las ánimas al altar, donde pueden disfrutar de los platillos preparados para ellos.

En el conjunto de todas estas tradiciones del «día de muertos» destaca la celebración que se realiza en los cementerios. La idea universal que rige esta forma cultural es la convicción de que el muerto no debe sentirse abandonado y que quiere retornar, de algún modo, a sus seres y cosas queridas, como la comida, la música y los objetos de su preferencia. Por esto, en la mayoría de los
enterramientos descubiertos en las zonas arqueológicas se observa la costumbre que tenían nuestros antepasados, al dejar en esos sitios diversos objetos como adornos, vasijas, instrumentos musicales, herramientas y otros objetos con un significado mágico, con la convicción de que todas aquellas cosas eran un acompañamiento al difunto y podían serle de utilidad en su peregrinar al más allá, o en su nueva vida después de la muerte. Fray Bernardino de Sahagún cuenta en su Historia general de las cosas de la Nueva España cómo los indígenas, entre las muchas ceremonias por los difuntos, en la fiesta de Quecholli: “ponían sobre el sepulcro de los muertos saetas, teas y tamales; estaba todo esto un día entero sobre la sepultura, y a la noche quemaban y hacían otras muchas ceremonias por los difuntos durante la fiesta.”

En muchos panteones tradicionales de México se recrea, año tras año, un maravilloso mosaico de acompañamiento a los muertos. Y así como cada persona es distinta a las demás durante su vida, también lo sigue siendo en todas aquellas cosas que lo recuerdan. De esta forma, cada tumba es adornada con motivos distintos, y se crea en torno a ellas un ambiente especial. Además del olor a cera, incienso de copal y flores, en unas tumbas se puede percibir el olor a mole, en otras a tamales, en otras a dulce de calabaza, y en otras el olor a aguardiente o tequila; se puede escuchar a un trío romántico que canta una canción de Los Panchos, la cual gustaba al ahora difunto, o un grupo
mariachi, o un grupo norteño con su tambora, o una marimba que acompaña la canción Peregrina, o a un grupo de jóvenes haciendo su propio recital tocando la guitarra; también se puede escuchar en diversos puntos, plegarias y rezos, las Ave María del Rosario, los responsos: “Dale Señor el descanso eterno. Y luzca para él la luz perpetua”, o los cantos tradicionales que el difunto solía entonar cuando asistía a la iglesia. El panteón entero es un murmullo de voces, música y rezos. Los adornos en las tumbas son parte de este maravilloso mosaico de formas y colores. Hay algunas tumbas que, para ese día, se convierten en una auténtica obra de arte por medio de los pétalos de cempasúchil y las otras flores que los acompañan, los familiares y amigos pueden pasar varias horas poniendo esmero en cada detalle del ornamento, en las velas y veladoras votivas, en los incensarios que colocan, en los juguetes, alimentos y bebidas, en los listones votivos que cuelgan desde lo alto del monumento. Como es lógico, la diversidad que esos días enriquece a los panteones se refleja también en las personas que visitan a sus muertos: muchas familias enteras que pasan todo el día adornando, cantando, comiendo, rezando, recordando historias; los niños se divierten a su modo y
aprenden una tradición que seguramente transmitirán a su futura descendencia. En algunas tumbas se puede observar ancianos que viven, cargados de recuerdos, ese día tan especial para ellos. Hay también muchos jóvenes que ayudan laboriosa y creativamente en la limpieza y el arreglo de los adornos. Por la noche el ambiente cambia un poco, los panteones quedan con menos personas, aunque muchos acompañan a sus muertos toda la noche. Ya sin el barullo del día, se siguen escuchando en diversos lugares, rezos, cantos, conversaciones. La imagen que ofrecen los pasillos en obscuridad, con las tumbas iluminadas por las velas, constituye una experiencia especial.


Las fotografías que se presentan están tomadas en el panteón Xilotepec en Xochimilco.


Fotografías:
° Luis Guerrero Martínez

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